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Capítulo Trece – Los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva

Currículo
Respuesta para Estudiantes
117
TEXTO: Apocalipsis 21:1-27; 22:1-5

AUN MIENTRAS LAS PALABRAS: “Digno es el Cordero,” resonaban una vez más, un gran clamor llegó al oído de Gabriel. Tronó una y otra vez a través de los alcances del espacio con intensidad tremenda. Llegó a la memoria de Gabriel un verso aprendido hace mucho tiempo: “El Cielo y la tierra pasarán.” ¡Estaba sucediendo! La tierra manchada por el pecado, todo lo que estaba en ella, y los cielos alrededor de ella desaparecieron como humo.
Luego, de la Figura sobre el Trono, La Figura envuelta en toda la majestad de la Deidad, vinieron las palabras: “He aquí Yo hago nuevas todas las cosas.” Todo concepto terrestre del tiempo fue apagado de la realidad mientras una escena de esplendor sin igual se desarrollaba ante los ojos de Gabriel. De delante del Trono emergió la Santa Ciudad, viniendo de Dios desde los Cielos. Era como Juan el amado lo había descrito en el libro de Apocalipsis. Creció y se expandió, abarcando una área enorme. ¡Y era una maravilla de pureza y perfección! La ciudad estaba llena de la Gloria de Dios, y estaba rodeada de murallas enormes de Jaspe transparente como el cristal. Ninguna mancha o imperfección dañaba su cualidad celestial. Allí no había sombras, ningún toque de oscuridad se hallaba, pues la gloriosa luz del Cordero completamente iluminaba cada esquina de ella. Las puertas de perlas, la fundación de joyas preciosas, la Ciudad centelleaba y brillaba con hermosura deslumbrante que los ojos de Gabriel casi podían comprender su magnificencia.

VERSO CLAVE:
Pero nosotros esperamos, según sus  promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales  mora la justicia. — 2 Pedro 3:13

Descendiendo, esta hermosa ciudad fue unida a la nueva tierra, una tierra no corrompida por Satanás o ninguno de sus seguidores. A Gabriel le parecía como si la nueva tierra estaba tomando forma delante de sus ojos, aún el recuerdo de la tierra vieja desapareció de su memoria como una voluta de vapor. “Todas las cosas nuevas” - ¡Ciertamente él mismo estaba viviendo esta experiencia!
Otra vez la Voz desde el Trono del Cielo resonó en majestad. “Yo soy el Alfa y Omega, el principio y fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.”
¡El agua de la vida eterna, vida abundante con el mismo Jesucristo, el Cordero que está sentado sobre el Trono! Una vez más el corazón de Gabriel pareció llenarse de gozo. Mientras él miraba, él vio el río, transparente como el cristal, que salía del Trono del Cordero. A cada lado de él había árboles cuyas ramas inclinadas al suelo estaban cargadas con flores y varios tipos de frutas gloriosas.
Los ojos de Gabriel casi podían comprender lo que él estaba mirando sin embargo, todo parecía tan perfecto, y tan natural. ¡Pureza! ¡Pureza! Era la palabra que sonaba en su mente una y otra vez. No había sombra de polvo, ni una insinuación de descomposición en las frutas ni en las flores. Las yerbas, al borde de las cristalinas profundidades del arroyuelo, parecían frescamente lavadas por lluvias del verano, y cada hoja era del verde más luminoso. Y todo estaba bañado en un brillo dorado de la luz que emanaba de Aquel quién estaba sentado en el Trono.
En temor reverente y maravillado, Gabriel se volteó de nuevo hacia el Trono. Una convicción urgente lo atrajo más cerca, hasta que al fin se arrodilló delante del Cordero de Dios, Aquel que había muerto por él. El gozo más grande que había conocido en la tierra era no mas que una mera sombra del gozo que él sentía aquí en la presencia de su Redentor. No sentía tristeza, ni dolor, ni decepción, ni esperanza inmerecida, ni anhelos frustrados, ni planes sin terminar, ni noche, ni tormentas, ni problemas, sólo luz y amor y paz y gozo por siempre jamás.
Palabras brotaban de su corazón lleno. “¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora es y para siempre lo será, mundo sin fin. ¡Amen, Amen!”

ACTIVIDAD DE LECCIÓN: ¡Va a Ser Grandioso!