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Capítulo Seis – La Cena de las Bodas

Currículo
Respuesta para Estudiantes
110
TEXTO: Apocalipsis 19:7-9; Mateo 22:1-14; Lucas 12:35-38

DESPUÉS DE la explosión de Ernesto el sábado en la noche, Gabriel estaba acostado sobre la cama en la habitación de ellos, un buen tiempo en el silencio de la oscuridad. Varias preguntas rodaban sus pensamientos. ¿Qué tal si fuera ésta noche? ¿Por qué no puede ver Ernesto la urgencia y la importancia de estar preparado? ¿Cómo se sentiría que la gravedad se aleja de ti cuando tú vayas a estar con el Señor? Él ni siquiera se dio cuenta del tiempo que pasó pensando en estas cosas, pero finalmente notó que la respiración de Ernesto se volvió profunda y lenta. En un corto tiempo, Gabriel, también, se fue durmiendo.
Según éste, sábado normal, en la noche se deslizó hacia la eternidad, Gabriel empezó a soñar. En su sueño él vio a su abuela, quien pasó sus últimos días en la tierra sobre una silla de ruedas, caminando en un campo verde con flores en una deslumbrante formación de colores. Ella estaba riéndose y hablando con alguien que él no reconoció. Ella parecía estar tan feliz.
El ambiente parecía estar lleno de música hermosa. Mientras él escuchaba, él se dio cuenta que la música tomó una calidad diferente. Era como si todas las notas de las armonías celestiales comenzaron a desvanecerse y destilarse en intensidad. Mientras él enfocaba su atención en el sonido parecido a la trompeta, fue movido a conciencia . . . ¡ESTO ES! ¡Este es el sonido de la trompeta de Dios!

VERSO CLAVE:
Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. — Apocalipsis 19:9

La próxima cosa que Gabriel supo fue que él fue tomado arriba entre una multitud, todos vestidos en deslumbrantes vestiduras blancas. Había tanta gente más que Gabriel nunca antes había visto. De pronto, éstos miles de gente radiante comenzaron a cantar, lo que le era a Gabriel, un canto nuevo, himno de gloria a Dios. Aunque nunca antes había oído este canto, Gabriel se encontró cantando el canto junto con los demás como si él siempre lo había conocido.
Delante de él brillaba una gigantesca, pero delicada estructura. La iluminación de éste panorama era muy fuera de lo normal. Él no podía ver de donde procedía la luz, pero lo que lo hacía tan especial era que allí no había sombras en ninguna parte.
Sí, era una verdadera vista fantástica, y Gabriel se alegró cuando se dio cuenta que él no estaba soñando. Actualmente él estaba presente en la más importante ocasión que la humanidad aun ha tenido el privilegio de ser testigo, la cena de las bodas de la Novia de Cristo el Cordero, quien era el Hijo de Dios el Padre.
Se oyó la voz de una gran multitud decir: “Aleluya: porque el Dios Omnipotente reina. Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.”
Cuando la multitud comenzó a moverse, ellos llegaron a un gran salón. Fila sobre fila de mesas blancas como la nieve, brillaban con montura de oro, plata, y cristal. Gabriel se encontró siendo conducido hacia las mesas extendidas hacia el magnífico Trono que llegaba hasta la lejana esquina de este salón inmenso. ¡Esta era el área reservado para la Novia de Cristo, el lugar de honor!
Mientras la multitud que entraba tomaba su lugar a lo largo de las filas de mesas pronto era evidente que había espacio exacto preparado para el número que entró. Según cada uno tomaba su puesto, un silencio reverente calló sobre los que estaban reunidos. Una vez más esa voz poderosa sonó: “Bienaventurados los que son llamados a la Cena de las Bodas del Cordero.”
Qué cosas gloriosas tomaron lugar. Lo más maravilloso de todo fue ver al Esposo, Jesús Cristo. El una vez hijo despreciado del carpintero, Quien murió para hacer esto posible, ahora era el poderoso y majestuoso, aún anfitrión amable. El Señor mismo les sirvió y ellos comieron de la Cena de la Boda. Mientras Gabriel tomaba del vino transparente: él se puso a pensar que si fuese como el vino que Jesús manifestó del agua en la Boda de Cana.
El banquete continuó y todo era felicidad suprema. Gabriel se unió mientras ellos cantaban glorias al Esposo y contentísimo de las recompensas dadas a los santos por sus servicios fieles. ¿Era ése su nombre que él acababa de oír ser llamado? ¿Yo? ¿También yo? Él pensó. Haciéndose paso por el pasillo se sintió humilde y de poco mérito. Él oyó la gran Voz innumerar cosas, muchas de las cuales él había olvidado, “. . . y por haber cuidado tan fiel y amorosamente a tu abuela, ayudado en tu Escuela Dominical, trabajar en la iglesia, hacer mandado, . . .” La lista era interminable. Él no se molestó, aún cuando él no fue al viaje de campamento, o a unos cuantos partidos de pelota, para ayudar en el trabajo del Señor. Puesto que ustedes los han hecho a uno de éstos más pequeños . . . lo hicisteis a mí.” Con un torrente de gratitud Gabriel se arrodilló y adoró a su Redentor.

ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Todos Estamos Invitados