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Liberado

Testimonios

Después de haber sido detenido fui extraditado al estado de Missouri, Estados Unidos. Allí fui acusado de una larga lista de crímenes. De cara a los años que me esperaban en la prisión, la esperanza de volver a ser hombre libre era muy remota. A la edad de treinta y dos años mi vida de crimen había llegado a su fin. Lo que me quedó fue una vida arruinada. Había perdido mi hogar, el auto respecto y mi libertad.

Parece raro que a pesar de haber sido criado en tan buena familia como era la mía, me viera involucrado en el crimen. Todo comenzó por andar en malas compañías e ir a malos sitios.

Después de casarme, me aficioné a las carreras de caballos en Florida. Más tarde me presentaron a la Mafia Púrpura de Detroit, Michigan. Muy pronto me convertí en uno de ellos. Esta fue una de las peores decisiones que tomé en mi vida. Me relacioné con unos de los peores mafiosos del país. Recorrían las regiones entre Michigan y Florida. Cada día me encontraba más inmerso en la vida del crimen.

En uno de los estados del medio oeste me puse a trabajar en una tienda de automóviles que traficaba con vehículos robados. Pronto, era un prófugo de la justicia. Comenzaba a pagar un poco el mal que había hecho. No había sitio al que fuera en que la justicia no me persiguiera.

Mi vida se convirtió en una serie de detenciones y encarcelamientos. Estando incomunicado, un hombre vino donde yo estaba y me dijo: “Si le oras a Satanás te sacará de aquí”. Esto era algo terrible, pero por desesperación lo hice.

A los treinta días estaba fuera de la cárcel. Pero aquello fue una trampa terrible. Mi alma no me pertenecía. Estaba totalmente atado y bajo la influencia de Satanás. He descubierto que, una vez que estés bajo el poder de Satanás, él hará todo lo posible para mantenerte bajo su dominio. Yo hice cosas que nunca imaginé que haría.

Condenado a pasar el resto de mi vida en prisión y sin esperanza alguna de que se me concediera permiso ni perdón, me convertí en una persona amargada.

Después de muchos años de entrar y salir de cárceles y prisiones hui a México. Cuando regresaba a través de la frontera con los Estados Unidos el F.B.I. me detuvo. Me procesaron y fui sentenciado a tantos años que sería imposible poder cumplirlos. Condenado a pasar el resto de mi vida en prisión y sin esperanza alguna de que se me concediera permiso ni perdón, me convertí en una persona amargada.

Fue entonces cuando un rayo de esperanza apareció en mi camino. Dos ministros de la Iglesia de la Fe Apostólica me visitaron. También, había empezado a recibir la revista de Portland, Oregon. Un hombre que había estado en la cárcel por haber cometido asesinato se había convertido; él me animó a buscar al Señor. Comencé a preguntarme, “¿Había esperanza para alguien como yo que había despilfarrado su vida?” Sabía que Jesús había perdonado al ladrón sobre la cruz y a otros que habían vivido todas sus vidas en el pecado, pero ¿podría Él salvarme a mí?

Pero antes de que pudiera hallar respuesta a esa pregunta, me vi implicado en un motín de prisioneros que por poco me costó la vida. Una vez más me vi incomunicado, en una celda de 3m x 3m con una enorme puerta de hierro. Por cama tenía el suelo de hormigón. Me daban una comida cada tres días. Había un duro castigo por la infracción de cualquier norma. Algunas veces me colgaban por las muñecas.

Y fue así, como el Hijo Pródigo de la Biblia, que entré en razón. De rodillas, en la oscuridad, sobre aquel suelo duro del calabozo, clamé a Dios. Una luz del Cielo atravesó aquella puerta de acero y penetró en mi alma. Me faltan las palabras para contar el cambio radical y maravilloso que el Señor ha hecho en mi vida. Rodeado de criminales y homicidas, he probado que por la gracia de Dios se puede vivir la vida Cristiana dentro de la prisión.

Después ocurrió algo inusual: uno de los ministros de la Fe Apostólica vino a verme otra vez. Normalmente no se le concede un pase al incomunicado. Pero me dieron un pase y pude hablar con él. Doy gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón por haber permitido ponerme en contacto con él. Volví a mi celda y pensé en lo que había dicho y oré así: “Señor, si es Tu voluntad que yo siga con estas personas, muéstramelo”. A no mucho tardar, cuando de forma milagrosa ¡fui puesto en libertad!

Cuando salí de la cárcel me fui a vivir a un pequeño pueblo, a unos ochenta kilómetros de St. Louis, Missouri, para estar con unos amigos y cerca de mi madre. Pero pronto sentí la necesidad de estar entre Cristianos. Me trasladé a St. Louis y allí, en la Iglesia de la Fe Apostólica, encontré un verdadero hogar con el pueblo de Dios.

El Señor me restableció a una forma de vida honorable y por Su gracia pude enderezar mi vida pasada. Ahora tengo cientos de amistades Cristianas. He tenido el privilegio de viajar a lo largo y ancho de los Estados Unidos y testificar en honor al Señor en cárceles, prisiones e iglesias.

Desde que estoy en el Evangelio he tenido también el privilegio de testificar a muchos de mis familiares y he visto Dios llegar a sus vidas. No podían menos que sentir asombro ante lo que Dios ha hecho por mí. Sin embargo, uno de ellos me dijo: “Si hubieses ido a ver a un psiquiatra o a un cura, podría haber hecho lo mismo por ti”.

Yo le respondí: “Ningún hombre podía hacer esto, sólo el poder de Jesucristo”.

Si Dios pudo cambiar mi vida, que estaba destruida, puede cambiar la vida de cualquiera que le clame.