FOREIGN LANGUAGES

La Esperanza: Un Ancla para el Alma

Artículos

de un sermón de Darrel Lee

Los retos de la vida llegan. Si vivimos suficientes años, cada uno de nosotros eventualmente encontrará un cierto nivel de adversidad—salud enfermiza, pérdidas económicas, tristeza o alguna otra circunstancia difícil. En esos momentos, puede parecernos que nuestras vidas han quedado atrapadas en una tormenta violenta, a medida que ola tras ola de crisis amenaza con hundir nuestro barco y nos sentimos empujados por presiones poderosas. Cuando nos enfrentamos a tales retos, ¡necesitamos esperanza!

En Hebreos 6:18-19, la esperanza de un Cristiano se describe como un “ancla”. El autor de Hebreos habla de “asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma”. Un ancla es un objeto que se utiliza para estabilizar un barco, sujetando el barco a un lugar sólido. El viento, las corrientes y el movimiento vertical de las olas aplican presión, pero una buena ancla utiliza una combinación de técnica y forma para resistir a todas esas fuerzas. La esperanza hace lo mismo para nuestras vidas espirituales. Al igual que el ancla mantiene estable el barco, la esperanza nos sostiene cuando la “corriente” va en contra de nosotros.

Necesitamos esperanza porque a veces las cosas pueden parecer desesperanzadas. Leemos en Romanos 8:24-25, “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”. Estos versos se hallan entre dos Escrituras familiares, los versos 18 y 28. El verso 18 dice, “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. El verso 28 dice, “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

En el verso 18, el autor de Romanos, el Apóstol Pablo, reconoció que la vida incluye el sufrimiento. Él mismo había sufrido, así que podía claramente relacionarse con el sufrimiento de aquellos a quienes estaba escribiendo. Las personas en aquel entonces sufrían; las personas hoy en día también sufren. Miramos a nuestro alrededor y vemos desespero manifestado por los acontecimientos que ocurren en el mundo. Ese desespero forma parte de la caída del hombre y nos influencia a todos. Así que habrá sufrimientos, y los retos de la vida pueden conllevar un sentimiento de desesperanza. La buena noticia es que, ¡el Evangelio ofrece esperanza!

El desespero se centra en el hombre. Cuando nos hallamos tentados a estar desalentados o desesperados, es un resultado de reconocer nuestra propia impotencia. Nos damos cuenta de lo que no podemos hacer. Sin embargo, la esperanza se centra en Dios. Se enfoca en lo que Dios puede hacer. Nosotros estamos limitados—pero ¡Dios no lo está!

Por ese motivo, según lo indica el verso 18, los sufrimientos de esta era presente no son comparables con la gloria que en nosotros será revelada. ¡La gloria nos espera! La Biblia dice, “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmo 30:5). Eventualmente, saldrá el sol y los peligros que amenazan nuestro “barco” en ese momento quedarán en el pasado. Viene un día mejor, y esa es nuestra esperanza.

No necesitamos ver más allá que Job para encontrar a uno que tuvo esperanza cuando su situación personal parecía desesperada. Job dijo palabras inspiradoras cuando se hallaba en el medio de una batalla personal. En el corazón del Libro de Job se encuentra su afirmación resonante, “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27). ¡Qué tremenda fe tenía Job! Enfrentado a la muerte y a la descomposición, Job aún esperaba y contaba con que un día vería a Dios, y anticipaba hacerlo en su propio cuerpo.

En el Libro de Santiago, se nos dice que consideremos la paciencia de Job. A medida que leemos el libro que lleva el nombre de Job, observamos que ciertamente él se expresaba de manera cándida ante el Señor. Podríamos considerar algunas de esas palabras y preguntarnos si Job, en sus preguntas, demostraba impaciencia. Sin embargo, Job simplemente estaba conversando con Dios. ¡Podemos decirle a Dios lo que pensamos! Podemos decirle al Señor cuando estamos contra la pared y nos sentimos asustados o desalentados. Job tuvo paciencia porque tenía la esperanza que vendría un día mejor. No sabía el resultado de su situación desesperada—que sus posesiones le serían restauradas y que tendría una nueva familia—pero sabía que su Redentor vivía. La esperanza le proporcionó un ancla. La esperanza le dio certeza, y esa certeza puede ser también nuestra hoy.

No necesitamos saber el resultado de los problemas que enfrentamos hoy. Aunque no sepamos qué ocurrirá mañana, la semana próxima o el año próximo, sabemos ciertos eventos importantes que ocurrirán en el futuro. Sabemos que uno de estos días, la Trompeta de Dios sonará. Se levantarán los muertos y nosotros seremos arrebatados. Sabemos que llegará un día en el que caminaremos por calles de oro. ¡Esa es nuestra esperanza! Si el Señor escoge mostrarnos detalles de nuestra existencia terrenal entre el ahora y el entonces, alabamos al Señor por ello. Sin embargo, si Él escoge esconder esos detalles, debemos continuar sirviéndole con paciencia en la sólida anticipación de que viene un día mejor.

Cuando Pablo estaba en cautiverio, él compareció ante oficiales del gobierno y les informó que para la “esperanza de Israel” y para la “resurrección de los muertos” él había sido llamado para dar cuentas de sí mismo. Eso era cierto. Él podría haber abandonado su esperanza, y la persecución a la cual él estaba sometido cesaría. Pero, ¿cómo abandonar lo que se sostiene? ¿Cómo abandonar aquello que ha llegado a formar parte de su vida? Pablo no quiso hacerlo.

Una vez, cuando el Apóstol estaba navegando hacia Roma con otras casi trescientas personas, se cruzaron con una tormenta de fuerza huracanada que duró dos semanas. El autor del Libro de Hechos describe ese evento diciendo, “Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” (Hechos 27:20). La situación parecía desesperada. Sin embargo, Pablo tenía esperanza. En una situación que parecía desesperada, él se paró frente a sus compañeros de bordo, quienes se sentían sumamente desesperados, y les dijo, “Os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave”. Él los alentó con noticias de que un ángel de Dios se había parado a su lado esa noche y le había prometido que todos ellos se salvarían. Él tuvo esperanza porque sabía que frente a ellos se hallaba el rescate.

En realidad, Pablo tuvo esperanza aún antes de que se le presentara el ángel del Señor. Él sabía que el resultado, aunque ocurriera en lo temporal, sería positivo en lo eterno. Por ende, la esperanza conquista al desespero y al desaliento porque se centra en un Dios eterno que nunca falla.

La esperanza nos da poder. Nos ofrece una perspectiva de vida que es positiva. Escuché de un hombre que llegó tarde a un juego de béisbol juvenil y le preguntó a un chico que se encontraba en la banca cuál era la puntuación. El joven jugador contestó que la puntuación era dieciocho a cero, y que su equipo estaba perdiendo. El hombre simpatizó, diciendo, “Debes estar desalentado”. Y el chico contestó, “Oh no, no estoy desesperanzado. ¡Ni siquiera hemos bateado aún!” ¡Esa sí que es esperanza!

En calidad de Cristianos, tenemos confianza que viene un día mejor—si no es mañana, el día siguiente. Si no es esta semana, la próxima. Si no es en una semana, en la eternidad. Ese es el amanecer de un nuevo día que anticipamos. Como leemos en Romanos 8:25, “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”. Tenemos un fuerte anhelo por el Cielo y esperamos pacientemente que llegue ese día.

Cuando no tenemos la esperanza, tendemos a mirar a nuestro alrededor y observar lo horrible que son las cosas. Sin embargo, cuando tenemos esperanza, fijamos nuestra vista en Dios y decimos, “¡Mira qué bueno que es Dios!” Dios no cambia en base a nuestras circunstancias, así que queremos centrarnos en Dios en lugar de centrarnos en las circunstancias. Miramos hacia Dios y hallamos nuestra certeza y nuestro refugio en Él.

La esperanza cree que Dios tiene un fin. Leemos en Romanos 8:28, “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

El patriarca José, cuya historia es contada en el Libro del Génesis, ciertamente demostró justamente eso. José era odiado por sus hermanos, pasó tiempo en un pozo, fue vendido como esclavo y luego fue llevado lejos de todo lo que conocía. Más tarde, fue encarcelado bajo falsas acusaciones. Sin embargo, ¿cuáles fueron sus palabras para sus hermanos unos veinte años después? Él les dijo, “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20). Dios tenía un fin, y José entendió eso.

Cierto, esas palabras fueron pronunciadas después que José vio el resultado. Sin embargo, la Biblia nos ofrece la idea que cuando José estaba en la cárcel, él creyó que Dios de alguna manera estaba transformando una circunstancia aparentemente desastrosa en un plan mayor—que un día esa respuesta saldría al a luz. Ese día estaba aún lejos. Cuando nos sentimos cargados de dificultades, quisiéramos ver hoy mismo la respuesta, o mañana a más tardar. El reto de José continuó durante años, pero él mantuvo su confianza, su integridad y su esperanza en Dios. Él creyó que Dios tenía un fin.

Algo bueno sí resultó del reto de José. Él vivió para ver el día en el que sus hermanos llegaron a Egipto para recibir provisiones durante tiempos de hambruna. Vio que a causa de sus sufrimientos se mantuvo la familia. Sin embargo, hubo también otro resultado: la nación de Israel se preservó y existe aún hoy en día. Le fue revelado a José que el Dios de Israel sería servido en la tierra de Canaán, así que antes de su muerte, dio instrucciones a los Israelitas que cuando regresaran a Canaán, se llevaron con ellos sus huesos. José tuvo más que una esperanza temporal para sí mismo y para su familia. De alguna manera, pudo ver que Dios estaba fabricando un gran plan.

El Salmista dijo, “Bueno me es haber sido humillado . . .”. Normalmente, no respondemos así a la aflicción, pero el Salmista nos dijo por qué se sentía así. Dijo, “. . . para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:71). Si no hubiese estado afligido, no habría huido buscando refugio en la Palabra de Dios. Sin embargo, cuando esos retos le alcanzaron, en su aflicción buscó la mente de Dios y aprendió de Él.

No sabemos los motivos de muchos de los retos que enfrentamos. A veces intentamos atribuir nuestros pensamientos a Dios y asumimos que Dios debe estar haciendo esto o aquello. Sin embargo, las maneras de Dios son superiores que las nuestras. Lo mejor que podemos hacer es decir, “Dios sabe. Creo que Dios tiene un fin, y Él lo resolverá de acuerdo a Su gloria”. ¡Él lo hará!

La esperanza es algo que nos sostiene pacientemente porque hace que miremos más allá de lo que observamos aquí y ahora. Vemos el día en que los Cristianos serán sacados de este mundo en un instante. Esperamos reunirnos con familiares que han ido al Cielo antes que nosotros. Esperamos el momento en el que conoceremos a Jesús cara a cara. ¡Eso es esperanza! Eso es algo que nos sostendrá. Está arraigada en una experiencia que tuvimos con Dios cuando oramos hasta ser salvados, pero también mira al frente hacia el mañana.

¿Tiene usted esa fuerte certeza? ¿Está usted anclado por esa esperanza, o está usted a la deriva por la vida sin rumbo, golpeado por los retos y problemas que cruzan su camino? El Señor quiere colocar esperanza profunda en cada persona. Quiere lavar sus pecados con Su propia Sangre y darle una esperanza jubilosa del mañana y de la eternidad.

Si usted se siente hoy sin esperanza, le aliento a que abandone sus propias aspiraciones y se rinda ante la vida que Dios ha planeado para usted. Él le dará la esperanza y la certeza que usted necesita.

Darrel Lee es Superintendente General de la Iglesia de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia sede en Portland, Oregon, Estados Unidos.