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En los Días de Buques de Madera y Hombres de Hierro

Testimonios

Mi ciudad natal, un puerto Danés, era conocida a lo largo de Dinamarca por sus buques finos y buenos capitanes. Yo amaba el océano y los buques. Al ver a los marineros entrando al puerto, yo quería ser como ellos y llegar a ser un marinero. Esos eran los días de “buques de madera y hombres de hierro”, y determiné ser un hombre de hierro.

Mi tiempo para ir al mar llegó más pronto de lo que esperaba. Cuando tenía catorce años, mis padres y mis abuelos murieron con una diferencia de tiempo de tres meses los unos de los otros. Me convertí en un muchacho sin hogar que a nadie le importaba, así que me fui al mar.

Inicié mi carrera como un camarero de a bordo y entonces pasé ocho años frente al mástil en los buques de velas cuadradas. Yo pensaba que a fin de ser un buen capitán, uno debía permanecer con su buque cuando se hundiera y ser capaz de beber mucho whisky. Muy pronto, me convertí en un marinero ebrio. Al pasar de los años, navegué entre los hombres más duros sobre los buques en el Atlántico Norte. Era una vida dura—para nada lo que yo había esperado. Muchas veces, mientras me paraba en el timón entre el viento que soplaba y olas montañosas, me preguntaba si Dios era real.

No pasó mucho tiempo hasta que quisiera abandonar la bebida y el cigarrillo, pero no pude. Frecuentemente vendía mi ropa para comprar alcohol. Muchas veces en el Atlántico, con el viento fuerte y la nieve, no tenía ninguna manta para colocar sobre las placas rasas de mi litera, ningún abrigo y ningunas botas de mar. Navegamos en el Círculo Polar Ártico donde los témpanos de hielo son tan grandes como una cuadra de una ciudad. Yo solía rogarle al capitán, “Si usted me confía tan sólo una libra, iré al pueblo y compraré ropa y haré sólo lo que debo como un buen marinero”. Tan pronto como llegaba al pueblo, sin embargo, mis compañeros de tripulación y yo encontraríamos una cantina y tomaríamos un trago tras otro. Antes de saberlo, había olvidado todas las promesas que le había hecho al capitán. Saldría al mar nuevamente con poca ropa y sin botas. Era siempre la misma ronda de derrota. Muchas noches me metí en una bolsa de tela para mantenerme caliente.

Solía pensar en aquellos días de vuelta en Dinamarca, cuando tomaría la mano de mi abuela e iría a la iglesia con ella. Yo sabía las Escrituras de memoria y podía cantar los viejos himnos tales como “Castillo Fuerte Es Nuestro Dios” y “Estad por Cristo Firmes”. Mientras pensaba en esas cosas, yo le prometería a Dios que si llegaba a puerto nuevamente no me bebería mi dinero sino que iría a casa e iría a la escuela. Yo nunca cumplí con esa promesa.

Varias veces en mi carrera, por la misericordia de Dios, estrechamente escapé de la muerte. Temprano en la primavera de 1909, cuando tratábamos de entrar en nuestro primer puerto en un mar pesado sobre la costa del Atlántico Norte, golpeamos la barra. Perdimos la hélice. Cuando golpeamos por segunda vez, perdimos nuestro timón, y estábamos desamparados. Mientras el buque comenzó a romperse, podíamos ver una pequeña iglesia blanca sobre una ladera. ¡Cómo deseé haber sido un mejor muchacho! La campana de la iglesia tocaba, reuniendo a la gente para orar por nosotros. Aunque éramos pecadores, Dios fue misericordioso y contestó esas oraciones. Nuestro buque se salvó.

Estaba cansado de ser un marinero ebrio, así que finalmente le pedí a uno de mis compañeros de tripulación, George, que fuera conmigo a una reunión en una misión del Evangelio. Nos pusimos ropa limpia y fuimos a la pequeña misión. Afuera de la puerta, dudamos y nos preguntamos si debíamos o no entrar. George se volvió abruptamente y dijo, “Yo voy a navegar un viaje más”, y me fui con él. George nunca volvió a una reunión. Él cayó por la borda y se ahogó mientras estaba bajo la influencia de licor. ¡Cómo me habló Dios a través de eso!

Luego me uní a las autoridades fiscales de los Estados Unidos y llegué a ser un funcionario subordinado. Cuando recibí mi licencia, me vine a Portland, Oregon, para tratar de establecerme y abandonar la bebida, pero era incapaz y finalmente regresé a las viejas goletas.

Años más tarde, después de venir de las islas hawaianas en un gran buque americano, me paré en las calles de Portland, un hombre miserable, desalentado, sin hogar y solitario. Algunas personas de la Iglesia de la Fe Apostólica salieron a sostener una reunión en la calle. Ellos decían lo que Dios había hecho por ellos, y yo no podía evitar creer lo que ellos decían. Pensé que era la cosa más maravillosa que Dios pudiera sacar el pecado de la vida de un hombre y mantenerlo como un Cristiano todos los días.

Al cierre de la reunión, miraron hacia la muchedumbre en donde yo estaba parado, y un hombre dijo, “Si alguien desea las oraciones de la gente de Dios, levante la mano”. ¡Esa gente quería orar por un hombre como yo! Levanté mi mano; yo no podría darme el lujo de no hacerlo. Nos fuimos a su lugar de reunión regular para orar. Oré, “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Mientras llamaba a Dios, Él abrió el Cielo y puso paz en mi alma. Él me desembriagó esa noche, y transformó mi vida. Yo sabía que había nacido de nuevo, y todos los demás lo sabían también.

Me fui de regreso y les conté a mis compañeros de tripulación lo que el Señor había hecho por mí. Ellos frecuentemente trataban de tentarme a beber con ellos, pero yo no tenía ningún deseo por el licor. Pasé casi un año de regreso en la Costa Atlántica mientras estaba en el ejército de los Estados Unidos durante la guerra. Aun cuando me fue otorgado un pase permanente para dejar mi puesto cuando estuviera fuera de turno, nunca estuve tentado a ir a las cantinas y tabernas nuevamente. Yo tenía gozo y paz en mi corazón y podía vivir una vida Cristiana ante el mundo.

Siempre creí que antes de que un hombre muriera debería tener la conciencia limpia. Tenía restituciones que hacer por todo el mundo, y algunas no eran pequeñas. Les escribí cartas a varias compañías y funcionarios bajo los cuales yo había trabajado. Le escribí al gobierno Danés y le hice restitución al gobierno de los Estados Unidos.

Desde el momento en que Dios me salvó, no he tenido ningún deseo de ir de vuelta a los cigarrillos y al whisky. Deseo sólo contar la historia del Evangelio. He disfrutado siendo un Cristiano a través de los años, y es la delicia de mi corazón ver a otros hombres del mar encontrar a Dios. Yo sé que satisface y puede mantenerte libre de todo pecado en cada circunstancia. Yo lo he comprobado.