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El Fuego Dentro

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de un Sermón por Rene Cassell

Durante el último año de escuela secundaria de nuestro hijo menor, él decidió que la computadora que habíamos comprado hace algunos años era obsoleta. Así que fuimos de tiendas y encontramos un nuevo sistema que pensamos era una buena compra. Mi hijo me dijo: “Papá, hay una oferta. Esta computadora viene en paquete. Trae algunos programas adicionales ya instalados”. Y con esa característica como ventaja, me convenció de que ese sistema era la mejor opción, así que compramos esa computadora.

Leemos en Mateo 3:11 acerca de una maravillosa bendición que viene como parte del “paquete” de llenarse con el Espíritu Santo. En este pasaje, Juan el Bautista le dijo a sus seguidores: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”.

La exención de la Ley había terminado y Juan el Bautista había aparecido en escena. La Biblia dice que él predicó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Juan quería que la gente supiera que el día de gracia había llegado y enseñó el arrepentimiento seguido del bautismo del agua. Pero también quería que supieran que Jesucristo venía. Juan les dijo: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. El fuego sería parte del paquete, vendría con el Espíritu Santo.

No se puede recibir al Espíritu Santo sin recibir el fuego. Si creen que tienen el Espíritu Santo en sus vidas pero no tienen poder, el fuego del Espíritu Santo, les falta algo. Juan el Bautista lo dejó claro. Debía haber poder en las vidas de quienes recibían al Espíritu Santo.

En Lucas 12:49 Jesús dijo: “Fuego vine a echar en la tierra”. Él vino para ese propósito y prometió a Sus discípulos en Juan 14:16-17: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. Jesús se refería a la Tercera Persona de la Trinidad. Sabemos que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son uno, así que no debemos subestimar el poder del Espíritu Santo.

Jesús sabía que los discípulos necesitaban ser confortados porque hasta ese momento había estado con ellos. Dondequiera que Él iba, ellos le acompañaban. Lo vieron hacer milagros, curar a los enfermos, liberar a los poseídos por demonios y resucitar a los muertos. Pero luego Él les dijo que partiría; que regresaría junto al Padre en los Cielos para prepararles un lugar. Sí, Él les prometió que vendría de nuevo, pero podemos imaginar la tristeza que se apoderó de los discípulos cuando les dijo que partiría. Luego les hizo la maravillosa promesa de que si Él partía, les enviaría al Consolador. El Espíritu Santo vendría y moraría en ellos.

Antes de que Jesús dejara esta tierra, les dijo a Sus seguidores que permanecieran en Jerusalén hasta que fueran dotados con el poder de Dios. Y le obedecieron. Ciento veinte de ellos fueron a un aposento alto y permanecieron allí en oración por diez días. En Hechos 2:3 hallamos una descripción del Espíritu Santo descendiendo sobre ellos: “Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”. Juan había dicho que Él bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego, y la primera señal de la venida del Espíritu Santo en aquel aposento alto fue cuando las lenguas “como de fuego” aparecieron sobre cada uno de los que permanecían allí. La descripción continúa: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. El Espíritu Santo había venido a morar en ellos.

Pedro era uno de los que se encontraba en ese aposento alto ese día. Pedro había visto a Jesús hacer muchos milagros. Vio a Jesús liberar al hombre que estaba repleto de espíritus demoníacos. Pedro estaba allí cuando Jesús tomó de la mano a la hija muerta de Jairo y le habló, y ella se levantó. Pedro estaba en la multitud cuando la mujer enferma de flujo de sangre tocó el borde del manto de Jesús e inmediatamente fue hecha salva. Estoy seguro de que hubo momentos en que Pedro dijo: “Quisiera tener ese poder dentro de mí”.

Entonces, el Espíritu Santo había venido a morar en Pedro. Tenía el poder: el fuego. En su primera prédica después de Pentecostés, Pedro habló de una forma distinta. Las palabras que dijo no fueron lo que realmente fue convincente. Lo que fue realmente convincente fue el Espíritu de Dios en su prédica. Los corazones de quienes le escucharon fueron tocados. La convicción del Espíritu Santo los sobrecogió y ellos exclamaron: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros”. Tres mil almas se salvaron ese día. Pedro tenía poder. Tenía el fuego dentro de él, y él nunca sería el mismo.

En Hechos 3, leemos cómo Pedro y Juan fueron al Templo a orar. Había mendigos a las puertas del Templo y un hombre que nació cojo les pidió limosna. Pedro no tenía oro ni plata, pero tenía algo que valía mucho más: el Espíritu Santo. Estoy seguro de que cuando Pedro tomó al hombre cojo de la mano, algo pasó entre ellos que ése hombre jamás había sentido en su vida. El Espíritu Santo llegó a él y lo sanó de su cojera. El Espíritu de Dios lo tocó a través de Pedro: “y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios” (Hechos 3:8). Por el poder del Espíritu Santo, hubo un brinco en su paso y fuerza en sus piernas que nunca había sentido.

En Hechos 5:14-15, conocimos otra prueba del poder en la vida de Pedro. Leemos: “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban a los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos”. Las sombras podrían parecer nebulosas, sin poder en sí, pero no la sombra de Pedro. Imaginen a la gente observando la posición del sol y de dónde venía Pedro, y postrando a los enfermos para que cuando Pedro pasara, su sombra los cubriera. ¿Por qué lo hicieron? Recuerden, estamos hablando del Espíritu Santo y del fuego que va con Él. El Espíritu Santo estaba en la vida de Pedro. Pedro tenía el poder dentro de él en una forma que incluso su sombra era poderosa.

Ustedes sentirán ese mismo fuego en su alma cuando el Espíritu Santo venga a morar en ustedes. No pueden tener al Espíritu Santo dentro de ustedes y no notar Su presencia. Ese poder es muy evidente. Creo que no es un milagro que Saulo de Tarso fuera culpado en el apedreamiento de Esteban, porque la Biblia dice que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo. Algo emanaba de él que impactaba a esas personas. ¡Era el Espíritu Santo! No se puede entrar en contacto con una persona que está llena del Espíritu Santo sin sentir el efecto de ese Espíritu.

El Apóstol Pablo también tenía al Espíritu Santo dentro de él. En Hechos 19:11-12, encontramos esta afirmación: “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían”. ¿Pueden imaginarse poner un delantal o pañuelo del cuerpo de Pablo en el cuerpo de un enfermo y ser testigo de su curación? ¿Quizás ver a liberar a alguien de un espíritu impuro? Cuando el Espíritu Santo da el poder a una persona, suceden cosas sorprendentes.

En ocasiones, Pablo fue perseguido y encarcelado, pero ni la persecución ni el encarcelamiento pueden apagar el fuego del Espíritu Santo. Pablo fue golpeado con azotes, pero el dolor no afectó al Espíritu Santo que estaba en él. Luego de que él y Silas fueran golpeados y encarcelados, y los pies fueran asegurados en el cepo, tal vez hablaron sobre aquella doncella que había sido liberada del mal espíritu. De repente comenzaron a alabar a Dios; comenzaron a cantar. ¿Por qué? Tenían el Espíritu Santo dentro de sí. Estaban llenos de poder. Tenían fuego por Dios. Los mismos cimientos de esa prisión se estremecieron con el poder de Dios, el poder que estaba en Pablo y Silas.

El fuego necesita abertura. Se dice que si su casa se incendia, hay que cerrar las puertas, porque el abertura hace que el fuego se disperse. Necesitamos “abertura” para el fuego del Espíritu Santo en nuestras vidas hoy. Tenemos demasiadas puertas cerradas. Necesitamos abrir las ventanas y puertas de nuestros corazones y dejar que los vientos de Dios soplen a través de nosotros para que el fuego se extienda.

Necesitamos que el Espíritu Santo y el fuego se extiendan. Queremos que todos se incendien. Queremos que nuestra iglesia se incendie. Queremos que nuestra ciudad se incendie. Queremos que nuestra nación se incendie. Pero podemos tener tendencia a extinguir al Espíritu, a contener el fuego, y no dejar que arda demasiado. ¡Necesitamos que se extienda! El fuego que comenzó a arder en la calle Azusa en 1906, cuando el Espíritu Santo fluyó copiosamente justo a principios de siglo, se extendió al mundo. ¿Y por qué hoy no?

Queremos fuego en nuestras vidas y cada uno de nosotros lo necesita. Abrámonos al Espíritu Santo y dejemos que Su poder arda con fuerza en nuestras vidas.

Rene Cassell es el Superintendente de Distrito de la obra de la Iglesia de la Fe Apostólica en Canadá y pastor de la iglesia de Roddickton, Newfoundland.