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Dios Ofrece Esperanza

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Su condición parecía incurable, pero ¡luego conoció a Jesús!

de un sermón por Rene Cassell

En este mundo de aparentemente interminables relatos de enfermedad, dolor y padecimientos, ¿existe algún motivo para que el corazón de los hombres espere algo mejor? Tal vez hemos luchado durante años con un problema que no se irá, sino más bien sólo empeoró. Las reacciones de desánimo y aun desespero acerca de tales situaciones son típicas, pero la Palabra de Dios ofrece esperanza— ¡inclusive en las circunstancias que nada tienen de esperanzadoras!

En Lucas 13:10-13, leemos cómo Jesús respondió a una situación que parecía desesperada. “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”.

Es digno de notar que habían transcurrido dieciocho años sin que la mujer se pudiera parar derecha. Para ese entonces, su posición física probablemente había quedado fija a medida que los músculos en su espalda se habían atrofiado. En algún momento, había sido capaz de correr, caminar y moverse libremente. Antes, probablemente se había parado derecha y firme. Esos días estaban en el pasado. Encorvada como se encontraba, la vida había literalmente tomado otra perspectiva. Tal vez habían transcurrido años desde que ella había podido ver un atardecer parada en la puerta de su casa. Ya no podía mirar a las estrellas durante una caminata nocturna. Inclusive sus amigos más cercanos los reconocía más bien por sus zapatos que por la chispa en sus ojos o el calor de sus sonrisas.

Los médicos no habían ofrecido solución alguna para su condición encorvada. Tal vez, los que conocían a esta mujer habían ofrecido sugerencias acerca de lo que ella debía intentar. Después de años de esto, es posible que ella tristemente respondiera, “No. No hay esperanza”. Probablemente no vio posibilidad alguna de que su condición cambiaría.

¿Parece desesperada su situación? Probablemente parecía así. Pero me gusta la parte del relato que narra dónde se encontraba ella el Día de Reposo—ella estaba en la sinagoga. A pesar de sus circunstancias, ella estaba en el lugar correcto en el momento correcto, porque allí se encontraba a Jesús. ¡Ir a dónde está Jesús lo cambia todo!

Las Escrituras no indican cuánto sabía ella acerca de Jesús. No sabemos cómo tan cercana estaba ella de Él, pero Él la llamó, indicando que ella estaba en algún lugar de la sinagoga. ¿Puede imaginar la escena a medida que la mujer avanzó lentamente entre la muchedumbre? Tal vez había oído hablar acerca de los milagros de Jesús a través de alguna amistad. Tal vez un destello de esperanza se alzó en su corazón a medida que ella se acercó al Señor.

Sin importar cuáles fueron sus pensamientos, ella probablemente no imaginaba que algo tan maravilloso le fuera a suceder. La Biblia dice que Jesús puso Sus manos sobre ella y cuando lo hizo, ella se enderezó. Casi se puede verlo a Él con Sus manos sobre los hombros de ella a medida que ella se enderezó hasta su altura completa y le miró directamente a la cara. Oh, qué expresión— ¡me hubiese encantado ver la cara de esa mujer! Su sonrisa debió haberse radiado a medida que miraba cara a cara a Jesús. La Biblia dice que glorificó a Dios. Después de todos esos años, el deseo de su corazón le fue concedido y le fue restaurada la buena salud.

Aun en las vidas de los Cristianos, pueden ocurrir situaciones que nos dejan tambaleando producto del impacto. Nos preocupa si la situación saldrá bien o no, y nos preguntamos si se abrirán las puertas que queremos que se abran. A menudo, quedamos con la conclusión que simplemente no lo sabemos. Afortunadamente, Dios sí sabe, y a medida que nos sometemos a Su plan para nuestras vidas, podemos confiar en Su amor por nosotros que nunca falla. ¡Tenemos esperanza!

Aunque hemos puesto nuestra fe en Dios, no significa que la vida pasará sin problemas. Me pregunto, si pudiéramos hablar con los tres hijos Hebreos, qué nos dirían acerca de lo fácil que fue simplemente confiar en Dios cuando se les amenazó con echarles dentro del horno de fuego. Desde el principio, parecía obvio que tenían que confiar en Dios, y ¡eso hicieron! Pero, ¿esperaban estar librados del horno de fuego? Encontramos la respuesta en Daniel 3:17-18: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. La clave de su respuesta al rey era que sin importar cómo Dios contestaría sus oraciones, ellos no iban a hacer nada para violar su relación con Él.

Su esperanza fue puesta a prueba. Antes de ser echados al horno, a medida que se les amarraba, me pregunto qué estaban pensando. ¿Aún tenían esperanza de estar librados? Definitivamente tenían fe y confianza en Dios. Una lección que deberíamos aprender es que sin importar las circunstancias y las condiciones que nos rodean, aún podemos aferrarnos a la esperanza.

¿Qué pasó con estos tres jóvenes? Según el relato en Daniel, sólo se quemaron sus ataduras. Su cabello no se quemó, sus ropas no se quemaron e inclusive el olor de fuego no se quedó en ellos. Es casi seguro que el Rey Nabucodonosor no contaba con su rescate. Sin embargo, cuando miró dentro del horno y vio el cuarto hombre, el Hijo de Dios, con ellos entre las llamas, se convirtió en un creyente. Casi tan notable como la literal rescate de los tres Hebreos del fuego fue el reconocimiento del Rey Nabucodonosor del Dios de los Cielos. La esperanza fue premiada en el caso de estos tres hombres Hebreos, y la esperanza fue utilizada como testimonio para Nabucodonosor.

Usted puede pensar que es fácil creer en las historias de la Biblia, pero ¿qué hay de hoy en día? ¿Existe algún motivo para esperar algo mejor en nuestras vidas? La respuesta es, ¡sí!

Hace algún tiempo, estaba leyendo el testimonio de un hombre llamado Jack Robbins. Jack no era un buen hombre. Le gustaba pelear y beber, entre otras actividades pecaminosas. En su testimonio, contó acerca de un momento en su vida cuando llegó a un estado de desesperanza. Su salud había fallado, y estaba viviendo en un viejo tugurio sobre las tierras fangosas de Portland, Oregon, Estados Unidos. En esa deprimente situación, recordó los días muchos años antes cuando su madre le había enseñado a arrodillarse a su lado y orar.

Con nada más que perder, se arrodilló sobre el suelo grasiento de ese viejo tugurio y comenzó a orar. El primer día transcurrió sin cambio, pero él siguió orando. Pasaron siete días. Luego, después de consistentemente buscar el perdón de su vida pecaminosa, ¡encontró al Señor! La situación que parecía desesperanzada ya no la era. La falta de dirección fue reemplazada con un propósito de compartir con el mundo que existe esperanza en Jesucristo.

Eventualmente, Jack Robbins se hizo ministro del Evangelio y ayudó a muchas almas perdidas a encontrar la dirección hacia el Señor. ¡Qué cambio! Dios transformó a Jack Robbins de un hombre desesperado a un testigo viviente del poder de Dios. No importa lo deprimente que pueda ser la situación, cuando Dios entra en escena, todo cambia.

Supongan que Jack Robbins hubiese dejado de orar después de seis días. Supongan que la mujer en la sinagoga no hubiese respondido al llamado de Jesús. Ella podría haber dicho, “No hay esperanza para mí”. Sin embargo, algo se registró en su corazón cuando Jesús dijo, “Ven aquí”. Ella se acercó, fue curada y ¡glorificó a Dios!

¿Está usted enfrentando una situación que parece desesperada desde su punto de vista? ¿Puede oír a Jesús llamándole, “Ven”? Él arrojará luz sobre sus tinieblas, le dará respuestas a sus problemas y ofrecerá esperanza hasta para las situaciones más desesperanzadas que usted pueda imaginar. ¡Confíe en Él hoy!

Rene Cassell es Superintendente de Distrito de la obra de la Fe Apostólica en Canadá, y es pastor de la Iglesia de la Fe Apostólica en Roddickton, Newfoundland, Canadá.