FOREIGN LANGUAGES

Cura Divina

Doctrinas

Una bendición para nuestro tiempo.

¿Acaso Dios todavía cura a los enfermos? Si alguna vez has caminado a través del valle de la aflicción, o has observado a algún ser querido sufriendo en las manos de una dolorosa o debilitante enfermedad, conoces la vital importancia de esta pregunta.

En el Antiguo Testamento, leemos en muchas ocasiones que Dios realizó milagros de curación. El Rey Ezequías estaba en su lecho de muerte, pero cuando le clamó al Señor, Dios añadió quince años a su vida. Naamán fue curado de lepra cuando obedeció las instrucciones del profeta de Dios, Eliseo. Dios curó a Job de terribles furúnculos cuando oró por sus amigos.

Cuando Jesús vivía en la tierra, multitudes venían a Él y eran curadas de toda clase de enfermedades y aflicciones. Él sanó a la suegra de Pedro de una fiebre. Él sanó al hombre enfermo de parálisis que fue bajado por el techo. Él curó a los leprosos, devolvió la vista a los ciegos y expulsó a los demonios. Leemos en Mateo 12:15 que “siguió mucha gente, y sanaba a todos”. ¿Acaso el poder curativo de Dios funciona hoy en día, o éstas son tan sólo historias de la Biblia que sucedieron hace miles de años?

¡Gracias a Dios, podemos estar seguros de que los días de los milagros no han concluído! En Hebreos 13:8 leemos que Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Su poder curativo nunca se agota. Él hizo nuestros cuerpos, y Él es muy capaz de mejorarlos y restaurarlos. No hay malestar o enfermedad existente que Él no pueda curar. Los métodos más progresivos del hombre pueden fallar; los más notables logros en el campo de la medicina aún dejan innumerables preguntas sin respuesta. Aún así, “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27).

Enfermedad, dolor y muerte entraron al mundo cuando Adán y Eva pecaron. No obstante, con la maldición que siguió al pecado, Dios ofreció una promesa de redención a la humanidad. Isaías dijo: “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5), mirando cientos de años adelante al día en que esta promesa se cumplió con la muerte de Jesús en la Cruz. Con Su Sangre Jesús pagó el precio, no sólo por nuestra salvación y curación espiritual, sino también por nuestra curación física. Leemos en Mateo 8:16-17: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él [a Jesús] muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.

Jesús compró nuestra curación a un costo infinito. Cuando pensamos en la terrible agonía que Él sufrió, reconocemos lo indignos que somos de recibir la curación de Él. Sin embargo, las multitudes que Jesús tocó cuando caminó en esta tierra no fueron sanadas porque lo merecieran. Fueron sanadas porque Jesús las miró con amor y compasión, y así es cómo Él contempla a Sus hijos hoy. Leemos en 2 Crónicas 16:9, “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”. Los más pobres y débiles entre nosotros pueden confiar en el amor de Dios y buscarlo para curación.

La Palabra de Dios da claras instrucciones señalando qué hacer cuando estamos afligidos. En la Epístola de Santiago leemos: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración . . . ” Tenemos el bendito privilegio de llevar nuestras necesidades físicas a Dios en oración, sabiendo que Él escucha y responde cualquier lamento del corazón que le sea mandado con fe. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5:13-15). La oración sobre el enfermo debe ir acompañada de fe, tanto en la persona orando como en la persona por la que se ora. Cuando se hace, ¡Dios responde!

Dios quiere que cada uno de nosotros camine en comunión cercana con Él para que pueda verter Sus bendiciones sobre nuestras vidas––incluyendo la bendición de curación. Al acercarnos a Él, necesitamos asegurarnos de que nuestras vidas espirituales estén en una condición en la que nuestra fe en Dios pueda asirse. Debemos asegurarnos de que no exista en nuestras vidas pecado alguno o falta de entrega a Dios. No podemos venir a Dios demandando o esperando obtener una respuesta a nuestro gusto por nuestra gran fe. Antes bien, venimos basando nuestra petición sobre las palabras que Jesús expresó en Su oración, “Hágase tu voluntad”.

Habrá ocasiones en que Dios conteste nuestra oración de curación con un hecho sobrenatural, pero también habrá veces en que el malestar o la enfermedad no será removida de inmediato. Dios puede querer que soportemos por un tiempo, y esta prueba a nuestra fe no debe vencernos. En 1 Pedro 1:7 leemos, “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Si realmente confiamos en Dios, entonces ofreceremos nuestras alabanzas por la respuesta que sea que Él envíe, porque tenemos confianza en que Él escogerá lo mejor para nosotros.

¿Estás sufriendo hoy? Elige confiar en Dios, y Él no te fallará.